La vida estudiantil no siempre es sencilla y menos cuando se trata de aprender inglés en un sistema educativo chapado a la antigua. El alumnado está constantemente agobiado con las evaluaciones, y los materiales de estudio no solo son extensos, sino que además se imparten en muy poco tiempo. Con mucha frecuencia, la falta de motivación y tiempo libre, así como las responsabilidades familiares o la necesidad de encontrar trabajo pueden complicar las cosas aún más.
Hay personas a las que a pesar de eso les resulta más fácil superar estos obstáculos y destacar en su aprendizaje y por el contrario los “malos” estudiantes surgen a partir de uno o dos docentes horribles que acaban por marcar a estas personas de por vida. Desafortunadamente no es tan infrecuente encontrar “malos” docentes; en cada curso que imparto siempre hay alguna historia esotérica sobre el docente del módulo anterior o sobre ese del que el alumnado tuvo que quejarse para conseguir que lo quitaran…
Resulta más desafiante de lo que nos imaginamos poder encontrar docentes talentosos y competentes que cuenten con los recursos y habilidades necesarias para poner al estudiante en el centro y enseñar de forma efectiva, y esto hace que el proceso de aprendizaje sea ineficaz y que muchas personas desistan de querer acudir a formarse, por ejemplo, en su etapa adolescente.
Yo doy clases exclusivamente a jóvenes y adultos que con frecuencia han abandonado previamente los estudios. Llegan al aula con pocas ganas del idioma y con una mochila llena de malas experiencias previas que les hacen sentir pánico e incomodidad durante los primeros días de sesiones lectivas.
Las personas verdaderamente sobresalientes son capaces de superar las dificultades, la complacencia, las deficiencias de recursos y la falta de esfuerzo generalizada que existe en todos los centros educativos y se mantienen al nivel del reto. Pero ser bueno en lo que haces también tiene sus dificultades, los buenos docentes y estudiantes no suelen contar con la popularidad del resto; básicamente porque sirven a los demás como recordatorio constante de sus propios fracasos.
Para ser un estudiante modelo, solo hace falta tener motivación y un objetivo claro. Cuando estas cosas se cumplen, somos capaces de seguir avanzando porque hay algo que nos mueve. Las buenas calificaciones son solo el resultado de mantener ese enfoque y no es necesario ser la persona más inteligente para ser la “mejor” de la clase; solo hace falta saber organizarse, aprovechar las oportunidades de practicar y afianzar el conocimiento, reconocer las áreas de mejora y tomar las riendas del proceso de aprendizaje.